lunes, 18 de agosto de 2014

Laos: Los verdes más intensos del Sudeste Asiático




...Y nos enfilamos hacia Chiang Khong, en la frontera entre Tailandia y Laos. Los avances han hecho que lo que antes era un cruce mágico, surrealista, simple y rápido en barca, de pueblo a pueblo, cruzando el río Mekong de orilla a orilla, se haya convertido en un puente moderno y nuevo (Cuarto Puente de la Amistad entre Tailandia y Laos), que ha hecho todo más complejo y por el cual te soplan por cada ridículo tramo que haces.


Situación: Veníamos en autobús desde Chiang Rai con dirección Chiang Khong, pero nos tuvimos que apear en mitad de la carretera a la altura del nuevo desvío, pelearnos con unos miserables conductores de tuk tuk que allí esperaban para sacarnos los cuartos, coger uno de ellos tras unas tranquilas negociaciones hasta el nuevo puesto fronterizo que está a casi 3 kilómetros de la carretera principal, pasar control de pasaporte, pagar un autobús que te cruza hasta el puesto del lado laosiano, pagar el visado de éste, nuevo control de pasaporte y tomar una camioneta para que nos acercara al pueblo de Huay Xai, sin opción de mucho regateo, ya que en la frontera no había ni taxis ni tuk tuks ni algo que se le pareciera. Vamos, que en lugar de coger/pagar una barca para cambiar de país, los avances han conseguido que haya que coger TRES transportes con sus respectivos pagos. VIVA LA MODERNIDAD.


Tras una noche en el tranquilo pueblo de Huay Xai, a la orilla del Mekong, donde lo más relevante fue el disfrute de unos deliciosos bocadillos (por su pasado colonial francés aquí tienen pan en todos sitios) y de unas cervezas Beerlao de 640 ml por menos de 1€ (en Tailandia el alcohol es particularmente no-barato), emprendimos nuestro camino hacia Luang Namtha, cerca de la frontera con China.

Por el camino empezamos a darnos cuenta de los impresionantes verdes que escondía este país.


Y también empezamos a apreciar que se trataba de un país muy humilde.


Nada más llegar y tras conseguir un alojamiento a buen precio, nos dimos unos paseos por el pueblo, reservamos una ruta de un par de días por la jungla (objetivo de nuestra visita a la zona) y continuamos hasta acabar en el río Namtha, donde nos habían comentado que los chavales iban a pegarse un baño y los mayores aprovechaban para asearse.


Empujado por el atrevimiento de Álex, un servidor acabó pegándose unos buenos baños y unas buenas risas, aunque, eso sí, las pasamos canutas para evitar ser arrastrados por una corriente que era mucho más fuerte de lo que las imágenes aparentan. 


(Demostración en la imagen: Álex se agarra a las cestas llenas de piedras para no ser arrastrado y yo, mientras salto, estoy ya buscando dónde narices agarrarme nada más caer.)


Fue divertido bañarnos entre críos que nos miraban atónitos y pastores que cruzaban el ganado a lomos de sus gaúres.


Cenamos un delicioso pato asado en un mercado nocturno de comida y nos retiramos a dormir.


Por la mañana y antes de comenzar nuestro periplo selvático, aprovechamos para darnos una vuelta y hacer unas comprillas por el principal mercado del pueblo.





Luego comenzamos la aventura con nuestro querido guía Mowgli. Suena a coña, pero el pobre hombre no sabía lo que era el Libro de la Selva y nos contaba que en su lengua local significa 'altas montañas' y, como anda todo el día pateando la jungla arriba y abajo, por eso en su pueblo le llamaban así. 

Pese a unas fotos iniciales de cachondeo con artilugios que nos protegían de la lluvia y que impedirán que lleguemos a algo importante en la vida, hay que reconocer que la experiencia fue bonita y físicamente dura. Bastante bastante dura. Menos mal que el día que reservamos la caminata, encontramos primero a unos hispanohablantes que nos convencieron de que con dos días (y no tres) era más que suficiente.





Nos bañamos en esas cataratas a las pocas horas de empezar y comimos sirviéndonos de la naturaleza (no es postureo, ellos se apañan así cuando salen de casa).



Y recorrimos (muchos ratos bajo la lluvia) montones de rincones que cambiaban radicalmente de paisaje a cada paso que dabas.














Y por fin llegamos a un poblado, donde haríamos noche tras muchas horas de camino y un desgaste bastante considerable. También es cierto que, cuando nos vimos asaltados por la canija que aparece en la foto, se nos pasaron todos los dolores de golpe.


Ésta era nuestra humilde morada.



Y ésta la choza de al lado, donde nos cocinó Mowgli una espectacular cena (con únicamente 3 o 4 ingredientes) y donde compartimos una genial velada. Eso sí, tras cenar y entorno a las 20h de la tarde, como si se tratase de una tardía madrugada, cerrábamos los ojos con la ilusión de cargar pilas para la larga jornada que nos esperaba al día siguiente.





Tras un desayuno potente y sabroso (nos estaba sorprendiendo Mowgli con sus aptitudes culinarias en 'condiciones de guerra') emprendimos de nuevo el camino. En la foto, el gran Mowgli aparece vestido con el traje típico de la etnia que habita este lugar. Se lo tomó prestado a nuestra anfitriona y, como era la primera vez que lo vestía, lo lucía orgulloso y presumido para que le hiciéramos fotos y se las pasáramos después. Jajajaja... Un grande.


Y allá que fuimos...



Aquí un corymbia sangrante, que destila resina roja líquida y parece que esté sangrando por los cortes que alguien le hizo.









Aunque requirió de grandes esfuerzos físicos, sólo por las vistas valió la pena.





Aquí, incisiones en árboles de caucho para recoger la savia que será más tarde utilizada como látex.







Y éste fue el final de nuestra paliza por esta región.

Al día siguiente alquilamos unas motos y nos recorrimos más tranquilamente los alrededores de Luang Namtha, disfrutando de las interminables vistas de arrozales. Eso sí, ya limpitos y descansados =)








Descubrimos un rinconcillo en lo alto de una colina donde pudimos comernos unos bocatas de chorizo de León hasta que terminamos con las existencias. ¡Delicia!





Ana se levantó bastante fastidiada al día siguiente, por lo que Álex y yo nos dedicamos a escudriñar el pueblo, a comer por el mercado y patear hasta encontrar una sala de billares de un surrealista tamaño y con unas normas bastante diferentes de las que tenemos como habituales en el resto del mundo. Si no éramos precisamente unos artistas del billar, con esas dimensiones de mesa nos convertimos en unos auténticos profesionales del 'nunca saldrán peor las cosas que cuando tengas a la gente local mirando a ver cómo juegan los extranjerillos estos'. 







Y por fin, al día siguiente, tomamos una furgoneta que nos llevaría hasta nuestro siguiente destino: Nong Khiaw.






Nada más llegar, nos decantamos por un maravilloso albergue (con un dueño repugnantemente caradura) con vistas al río Nam Ou y unas agradables habitaciones a precios mochileros.



Tras un ratín para reponernos de las horas de furgoneta, decidimos ir a dar una vuelta por el pueblo. Como siempre, diminutos locales ponían sus mejores caras.


Llegamos hasta el puente que cruza el río que, a su vez, divide el pueblo en dos y pudimos apreciar la maravilla de enclave en la que nos encontrábamos. Con esto y con la confirmación de una excursión al día siguiente, cenamos y cerramos el día.





Por la mañana, tomamos una barca que nos recorrió los valles río arriba.




 Aprovechamos para parar en un par de aldeas para conocer la zona.









Y pusimos rumbo a unas cataratas, a través de un agradable sendero que cruzaba campos, ríos y arrozales, donde esperábamos darnos un buen chapuzón.















Para rematar el día y tras comer en las cascadas, volvimos caminando hasta el río, el cual ahora nos tocaba descender, por lo que en lugar de volver en barca aprovechamos para hacerlo en kayak. ¡¡Por si no habíamos movido suficiente el culo!! 







Y con un descenso un tanto revuelto (el río tiene unas corrientes y remolinos un tanto peligrosos que nos llegaron a inundar la canoa), llegamos de vuelta a Nong Khiaw, donde disfrutamos de un encantador atardecer al sol y a orillas del río.







Comimos pipas y bebimos cerveza hasta que se nos hizo de noche y salimos a cenar.



Al día siguiente nos íbamos a la intrigante Luang Prabang, de la que todo el mundo hablaba maravillas. Compramos un billete de autobús para llegar y la sorpresa fue cuando descubrimos en la estación que el autobús era el que aparece en la foto. 


Viajamos más de cuatro horas en un banco durísimo en la parte de detrás de la camioneta, que nos dejó bastante resentidos del trasero. Uffff... Me duele de recordarlo.


La lectura positiva es que de esta manera es como aprendes a vivir como los locales. Con sus quehaceres diarios y las carencias a las que tienen que hacer frente a diario.


Llegamos a Luang Prabang y, mientras buscábamos un albergue donde caernos muertos, con un calor considerable y amenazando la tormenta de todos los días, ya podíamos apreciar la cantidad de monasterios-escuela existentes en la ciudad, donde los niños-monje trabajaban sin despistarse demasiado a nuestro paso.


Lo mejor fue descubrir un mercado en el que existían unos puestecillos donde podías coger todo lo que te cupiera en el plato por 10.000 kips (entonces menos de un euro).



En Luang Prabang aprovechamos para dar vueltas y vueltas a lomos de una motillo y descubrir escenas como las que siguen:

- Visitar sus múltiples y sorprendentemente cuidados templos



- Darnos un bañín en el archiconocido río Mekong






- Seguir visitando edificios sorprendentemente cuidados, como el antiguo Palacio Real (de 1904, fue construido durante la época colonial francesa para que el rey Sisavang Vong pudiera recibir sus visitas oficiales por el río y que desembarcaran allí. En 1975 fue derrocado su hijo por los comunistas y se convirtió en museo nacional).




- Saborear el mejor local de todo Laos y seguramente uno de los más remarcables del sudeste asiático: el Utopía.


Con unos jardines que se llenan hasta la hora de cierre, dispone de una increíble terraza de tumbonas con vistas al Nam Khan, justo antes de unirse al Mekong. Nos atraparon de tal manera que fueron varias las visitas que hicimos al lugar =D


[Éste fue el último ratito que pasamos con nuestro compañero de fatigas y aventuras Álex alias 'Pollito'. Tras unas semanas fantásticas de total compañerismo y hermanamiento, nos tocó decirle adiós para que pudiera acelerar el ritmo y continuar su viaje por Vietnam, al no disponer de tanto tiempo para seguir nuestro ritmo desenfadado.

(Fue un enorme placer, Pollito. Pronto habrá que hacer una cumbre hispano-holandesa y recordaremos todos aquellos grandes momentos vividos  juntos. Te queremos ;) )]




- Recorrer unos 30 kilómetros para visitar las impresionantes cascadas de Kouangxi donde, ya que nos mojamos un poco con la propia cascada, trepamos por rocas y escaleras hasta alcanzar unas pozas que se forman en lo alto de la montaña, donde un paisano nos ofrecía llevarnos en una balsa por entre la vegetación. Preferimos optar por su otra oferta. La de resguardarnos bajo su tejadillo, ya que empezó a diluviar de tal manera que se formaron torrentes de barro y no podíamos bajar de la cima. Mi culo y una camiseta de color barro dan testimonio de la bajada que nos tocó hacer, con unas chanclas mías que ya gritaban necesitar un cambio y que patinaban como si fuera hielo... ¡Vamos, no me jo***! jajajaja...









Aunque diluviaba, los paisajes que nos rodeaban no defraudaban.


Aprovechamos el (carísimo) alquiler de la moto (en casi todo el sudeste asiático los precios rondan los 5€, arriba o abajo según sitio y número de días y en Luang Prabang nos costaba 16€ el día precio único en toda la ciudad) para dar unas vueltas por la ciudad. Tanto por las más turísticas como por aquellas que no era posible cruzarse con un extranjero.








Y por la noche... ¡Mercadillo! Bueno... sin exclamaciones, ya que debido a tener que cargar con nuestras casas como los caracoles, los recuerdos que nos agenciábamos en cada sitio se podrían considerar casi inexistentes.


Las imágenes que tenemos no muestran lo bonito que era, ya que continuó lloviendo toda la tarde y deslució un poco el lugar. Aun así, creo que podemos afirmar que vendían los productos más chulos y coloridos que hemos visto en cualquier mercadillo asiático.




En la calle más céntrica, bastante llena de turistas, nos juntamos tras cenar, con un trío de amigos de Sant Cugat que habíamos conocido en las cataratas (y con otros cuantos españoles y un noruego que ellos habían conocido) y con los que ya coincidiríamos unas cuantas veces más. 



Madrugamos a las 5.30 para ver el Tak Bat o Ceremonia de Entrega de Limosnas, en la que cientos de monjes reciben las limosnas de aquellos que pueden darlas y ellos las comparten entre los que se acercan a pedir. Aunque simbólicamente suena fetén, el turismo ha conseguido que esta tradición tan admirable se haya convertido (a nuestro entender) en un simple circo, en el que puedes vivir 'dar arroz como ofrenda a un monje haciendo el mongui en mitad de la calle', en plan 'pasen y vean'.

La estampa, en cualquier caso, es digna de ser fotografiada.






Tras pasar por el albergue y preparar las mochilas para marchar para el sur esa misma mañana, nos enfilamos hacia el acceso al Monte Phousi. Consiste en una ascensión de 150 metros y 323 escalones desde donde poder disfrutar de una vista 360º de la ciudad.

A las 7 de la mañana que subimos y todavía sin desayunar, se hace notar, pero las vistas valieron muy mucho la pena. De lo mejorcito de la ciudad. 










Una vez habiendo bajado y ya esperando la furgo, nos dimos un desayuno de campeones en la mesa que teníamos en la puerta de nuestro albergue.



El trayecto que hicimos desde Luang Prabang hasta Vang Vieng, nos dejó alucinados. Es espectacular el verdoso paisaje que alberga este país. un verde difícil de encontrar y de definir.





Y llegamos a Vang Vieng. Localidad famosa por el tubing (descenso de río en neumáticos flotadores parando en bares para beber) y por ser un lugar de fiesta y borrachera para británicos y australianos, nos demostró (afortunadamente) que escondía lugares espectaculares en sus alrededores y que bien valía la pena invertir allí algo de tiempo.



Nos desplazamos en un remolque para visitar unas rocas y unas charcas que había no muy lejos del pueblo. Por las últimas lluvias, nos encontramos con algún que otro problema de agua, pero nuestro conductor, que era todo un profesional (y que se estimaba el vehículo), se quitó los pantalones y se puso a comprobar hasta dónde cubría el agua para pasar... jajajaja... UN PROFESIONAL.







Cuando llegamos al lugar, ascendimos hasta las cuevas Tham Phu Kam, que albergan un buda en su interior y que, aunque visitamos la sala principal y parte de la que se adentraba, preferimos no continuar haciéndolo con nuestras precario equipamiento (chanclas y una linterna).





Una vez abajo, disfrutamos de la Laguna Azul. Un remanso de agua del río que lo atravesaba y que nos permitió tirarnos con lianas y saltar desde una considerable altura. No necesitamos demasiado para pasárnoslo pipa. 




Y pusimos rumbo de vuelta al pueblo.




Tras un par de noches en Vang Vieng (en la segunda nos juntamos con nuestro trío catalán para cenar y tomar algo), continuamos hasta Vientián, la capital laosiana donde, nada más llegar, nos volvimos a encontrar con los de Sant Cugat... jajajaja... ¡Qué grande fue volver a vernos!



Y bueno, queriendo aprovechar nuestro último día en el país y queriendo conocer la que es la ciudad más poblada de Laos, alquilamos unas bicis y recorrimos sus vías principales.

Nos la habían pintado tan 'va...' que hasta nos gustó.






Llegamos hasta nuestro objetivo: el Pha That Luang. La Gran Estupa dorada que es sin duda el monumento más importante de Laos y su símbolo nacional.





Muy cerca, en una gigantesca explanada al más puro estilo comunista, miles de personas hacían ejercicio o practicaban deportes.



Y de regreso a casa, contemplamos la Patuxai o Puerta de la Victoria (sobre los franceses). Fue construida en los años sesenta para conmemorar la independencia conseguida en los cincuenta.



Y terminamos recorriendo el paseo que borde al río Mekong, donde otros miles y miles de personas pasean, corren, acuden al mercado nocturno, hacen aerobic o simplemente van a lucir palmito en pleno atardecer, disfrutando de la bajada de temperatura.






Y con esto pusimos fin a Laos.

Nos tocaba volar a nuestro siguiente destino... ¡¡VIETNAM!!

★★★ BESINES & BESICOS ★★★

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