viernes, 27 de junio de 2014

Adioses, finales y otros cuentos

Salimos de Iloílo en un eterno autobús con destino Caticlán, al noroeste de la misma isla de Paday. Tardamos entorno a seis horas para recorrer algo más de 200 kilómetros.  Tortura a la que, por suerte o por desgracia,  ya estábamos más que acostumbrados. 


Durante el trayecto, conseguí a duras penas hacer, desde el autobús, esta foto de esta iglesia. Imagen  que se repite a lo largo y ancho del país y con edificios muy similares, arquitectónicamente hablando. Se trata de la corriente cristiana 'Iglesia de Cristo', que representa ya la tercera religión en número de seguidores filipinos. Fue creada en Filipinas (ajena e independiente del Vaticano) hace exactamente un siglo y conserva, alrededor del mundo, su nombre original en tagalo (idioma filipino).  Es inevitable reírse al ver escrito en la puerta de los templos 'IGLESIA NI CRISTO'.


Seguimos haciendo kilómetros. 



Y por fin llegamos a Caticlán, para coger un barco que nos cruzaría a nuestro destino final: Boracay.

Llevábamos mucho tiempo disfrutando de playas paradisíacas y bastante solitarias,  por lo que fue llegar a Boracay y estamparnos con el turismo.

La playa principal estaba infestada de bares, restaurantes, tiendas, zonas comerciales, vendedores callejeros cansinísimos... Coreanos, chinos, rusos... Sólo pensábamos una y otra vez que aquello no era Filipinas, pero intentamos pasarlo lo mejor posible. Al fin y al cabo, éramos un equipazo de tres y no estábamos dispuestos a desaprovechar el tiempo.

La primera mañana, fuimos a la playa, aunque el tiempo fue cambiando muy radicalmente y nos comimos solazos y lluvias alternadamente. 







Y venga turistas...


Pero nosotros a nuestro rollo.



Intentando descubrir las maravillas que habían convertido a Boracay en el referente turístico filipino,  contratamos una excursión que nos llevaría a diferentes playas y lugares donde hacer snorkl. Desde el minuto uno nos sentimos un tanto borregos. Los turistas asiáticos que nos rodeaban eran muy dóciles y 'arrebañados', pero ese plan no iba mucho con nosotros. Decidimos aguantar y exprimir lo positivo que encontráramos. 





Sí. En ocasiones soy un poco payaso.







Buceamos en una zona de arrecife donde nuestros compañeros de viaje usaban chalecos salvavidas. No por comodidad, como habíamos visto en otros países, sino... PORQUE LA MITAD NO SABÍAN NI NADAR. Vaya plan... Por lo menos, reconocimos que el lugar y la visibilidad eran realmente bonitos.










Y por fin. Última parada del día.

Estábamos en la otra punta de la isla, con respecto a la congestionada playa principal. De repente, nos paran en la playa de Puka y nos dicen que tenemos 30 minutos para disfrutarla. Fue bajar del barco, mirar a los lados y no ver prácticamente a nadie. Mirar atrás y ver un agua cristalina espectacular. Mirar al frente y ver un chiringo vacío, de madera, con reggae filipino sonando y unas tumbonas que nos gritaban 'venid aquí'. Preguntamos a los del garito si era posible volver en triciclo a nuestra pensión desde allí y decidimos decir bye bye a los de la excursión y sus ridículos 30 minutos en el mejor sitio de todos.

Pedimos unas cervecitas celebrativas y brindamos. El peor destino de Filipinas acababa de demostrarnos que la joya no estaba donde iba todo el mundo. Que guardaba rincones para los que buscaban otra cosa. Acabó siendo el momentazo que esperábamos encontrar y que necesitábamos. 

No hay palabras.








Posado filipino...









Adiós y gracias, playa de Puka.




Cenamos mexicano para culminar el día y disfrutar nuestea última cena en Filipinas.


A la mañana siguiente, cruzamos a Caticlán para coger un avión (más bien avioneta) con destino Manila. Allí, en el aeropuerto, comimos y apuramos los últimos pesos que nos quedaban. Un banquete de comida rápida que llevábamos tiempo sin catar.

  
Y llegó el momento de decirnos adiós. Una doble y melancólica despedida. Nos separamos de nuestra genia, de nuestra compi, de la tita, de la Piticli, de nuestra tercera pata del trípode que no cojea. Y juntos, los tres, aunque con diferentes destinos, dijimos adiós a este maravilloso y acogedor país que nos había dado tanto. 




Dicen de otros países, que son los 'de las no sé cuantas sonrisas'.

Quien quiera ver sonrisas sinceras y alegría, que venga a Filipinas y aprenda.

SALAMAT PO, PILIPINAS.

¡Seguiremos informando!

★★★ BESINES & BESICOS ★★★