domingo, 22 de junio de 2014

Corazones filipinos

Se acercaba una experiencia que nos tenía motivadísimos y llenos de excitantes dudas.


Volamos desde Puerto Princesa a Iloílo, donde aprovechamos la estancia en la ciudad para hacer una santa colada y comprar en un supermercado algunas cosas que considerábamos que nos podrían ser de ayuda en nuestro siguiente destino: Isla Sombrero.


Acudimos a este recóndito lugar de Filipinas, con el objetivo de participar en un proyecto de ayuda que creó un amiguete valenciano (Nani) juntó con una filipina (Donna), llamado Fix Phil y que consistió en la reconstrucción y mejora de un par de islas (de tantas) que fueron afectadas en noviembre de 2013 por Yolanda-Haiyán, el mayor tifón de la historia y que las arrasó. De hecho, en la que estuvimos nosotros, sólo una casa quedó en pie: la que no estaba edificada con bambú.


Tomamos un autobús local que nos llevaría hasta Concepción y donde nos juntaríamos con otro compañero de fatigas y risas: José Manuel. Allí estábamos los cuatro, con miles de dudas y poca información.

Después de comer y tomarnos un refrigerio en el pueblo, avisamos a nuestro contacto de la isla para que nos viniera a buscar en barca.

Entonces apareció Silvia. Una pequeñaja, pero curtida mujer, que aparentaba menos años de los que aparecían en su carné de identidad y que fue nuestra madrina durante el tiempo que gastamos en 'su' encantadora isla.


Tras un trayecto de más de media hora y con diluvio incluido, allí estábamos. Fue bajar de la barca y ver cómo nos convertíamos en el centro de todas las miradas.




Silvia nos acogió en su casa y desde el primer momento nos cuidó como a sus hijos. Nos cuidaba por encima de lo que hacía con su familia y se esmeraba por cocinarnos (entre ella y su cuñada) de una manera algo especial, comparado con su dieta básica de arroz y pescado. Nos habían advertido que la comida iba a ser simple. Pues para empezar, la primera cena consistió en arroz con... nécoras recién cogidas. ZASCA. Bienvenidos al humildísimo paraíso.

Por la mañana y tras hacernos una idea de las cosas que nos urgían para continuar la obra que había iniciada, nos llevaron de nuevo en barca hasta Concepción para comprar los materiales pertinentes, algunas cosillas para los guajes, algo de desayuno (lo de desayunar pescado con arroz para acompañar el café y a las 6-7 de la mañana, no lo llevábamos muy bien) e intentar contactar con Nani o Donna para aclarar algunas cosas relevantes.








La pequeñaja de rayas es Silvia, nuestra 'madrina'.




Ya de vuelta en la isla, nos pusimos manos a la obra. Teníamos un difícil reto: sacar una canasta de hormigón que había plantada en medio del terreno que estábamos empezando a levantar.






Tras una dura tarde, logramos desenterrarla (con la ayuda de los locales, que al principio nos miraban atónitos, pero que acabaron por echarnos un cable) y trocearla, ya que, además de pesar un quintal, tenía una odiosa estructura de ferralla. Al día siguiente, por fin conseguiríamos retirarla.







Para poneros en contexto, el proyecto consiste en levantar un edificio comunitario (bautizado como 'El Chiringo') donde los vecinos de la isla puedan lavarse, cocinar o simplemente utilizarlo como centro de encuentro, ya que pese a ser sólo doscientos habitantes, se encuentran bastante divididos. Se está levantando sobre un terreno que Silvia cedió para ello y que se encuentra en una especie de placilla donde tienen la cancha de baloncesto (no podía faltar) y que es lo más parecido a la plaza del pueblo.

Pero bueno, no todo iba a ser currar en la obra. Al dia siguiente madrugamos para cruzar a la isla Quinilubán, justo enfrente, que es donde tienen el colegio y el instituto los niños de isla Sombrero.








Aún remolcamos a algunos chavales rezagados...





Además de la media hora que se gastan remando (cuando hay buena mar), todavía tienen otros diez minutos caminando por la isla hasta llegar a las escuelas.




Según llegamos, los profesores y la directora del colegio, que no sabían que íbamos a visitarles, nos recibieron muy agradecidos. Además, antes del rezo, del saludo a la bandera y del canto del himno nacional (que según ellos heredaron orgullosamente de los españoles y que nos hizo pensar lo que nuestro país había cambiado), nos dedicaron unas palabras 'a los amigos españoles que hoy nos visitan'. Muy majos, al estilo filipino.






A los chavales les ponían a hacer ejercicios, bailes y cánticos antes de empezar la clase, para que se activaran y desperezaran. Nosotros pensábamos en nuestros pobres chicos de Isla Sombrero, que llevaban media hora de remo y diez minutos de caminata antes de llegar. ¡¡Ya les podían convalidar los ejercicios matinales!!







Era 'Lunes. Hunyo 15, 2014', como rezaba la pizarra en tagalo.



Marujeamos e indagamos durante un rato a ver si podíamos averiguar alguna necesidad a nuestro alcance económico y, tras averiguar que UNICEF les había surtido a todos los a todos los alumnos con mochilas, cuadernos y demás material escolar esa misma semana, decidimos hacer camino para volver a nuestra querida isla.









Como se puede apreciar, la isla de enfrente, Quinilubán, es preciosa y más, la parte que da a nuestra isla Sombrero.




Nada más llegar, nos dirigimos a la guardería de la isla, donde los más pequeños (y algunos que en España ya llevarían años en el colegio), gastaban la mañana al cuidado de una 'profe'. En realidad, nos dio la sensación de que no hacían nada. Simplemente jugaban y se aburrían, bajo la pasiva mirada de la profe que se limitaba a ejercer de cuidadora.




Y tras un religioso baño, de tantos que nos dábamos a diario para aliviar el sofocante calor, comimos unos deliciosos CALAMARES EN SU TINTA (qué apropiado jejeje).



Una tarde más de trabajo bajo el sol, baños con los peques, cena y ratos musicales con nuestra artistaza Olga, que siempre nos deleitaba durante las tarde-noches.



Y nuestros amados geckos, que nos visitaban todas las noches para defendernos de los mosquitos.



Vaya atardeceres a la puerta de casa.



Y la gente jugando a baloncesto hasta que el último rayo desaparecía.


Nos despertábamos sobre las 6 todas las mañanas.


Y comprobábamos cómo los pequeños se preparaban para cruzar a la escuela.



Nosotros seguíamos con nuestros trajines de compras de materiales en Concepción y, como a veces pasaba, nos calló un chaparrón de los buenos cuando volvíamos.



  

Pero no nos impidió echarnos unas canastas con la pelota nueva que habíamos comprado para los chavales de la isla.


Rodeados siempre de nuestras ratillas.


Y con Olguita siempre amenizando y sucumbiendo a nuestras peticiones.


Era tan fácil divertir al personal...


Entre trabajos y aventuras, seguíamos gastando días en este humilde paraíso.







Nos convertimos en los animadores de la isla, pero teníamos pequeños granujas que nos lo hacían todo muy fácil.












También compartimos alguna tortilla de patata, cocinada por Ana, con nuestra familia, pero creo que los sabores nuevos no les entusiasman en exceso, así que los españoles nos pusimos las botas.




Uno de los mayores entretenimientos que tienen y al cual son adictos, es el karaoke. En el salón (y único dormitorio) de la casa-cabaña de una familia de la isla y que fue la única televisión que vimos en nuestra estancia, se reunían, al ponerse el sol, todos los críos existentes; para cantar, bailar y divertirse al máximo durante las horas que duraba el generador (de 18.30 a 22h aproximadamente).



Y de nuevo por la mañana, como todos los días de lunes a sábado, veíamos como cogían las barcas para cruzar a la isla de enfrente. Algunas imágenes hacen ver la verdadera distancia que hay. Más de la que uno cree.







Se inunda el mar cada mañana de decenas de barcas llenas de chavales cruzando. Una imagen alucinante que te hace pensar lo afortunados que somos en España y el esfuerzo que tienen que hacer otros para ir a la escuela.



Y seguíamos con nuestra aventura isleña y con el nacimiento de una camada de siete gatines, o currines, como ellos les llaman en tagalo. Los pobres tenían una corta esperanza de vida, ya que los animales de compañía en estos lares, desgraciadamente, son tratados como objetos que tirar, lanzar, estrujar... Mientras estuvimos allí,  hicimos todo lo posible por inculcarles respeto hacia estos pobres bichines (e intentamos esconderlos todo lo que pudimos en nuestra casa o en algún rincón perdido con su madre).



Vimos joyitas como ésta en Concepción en una de nuestras 'excursiones comerciales'. El típico personaje que decide hacerse notario y se apellidándose Manipula. ¡¡Muy de fiar, sí señor!! Jejeje...




Y seguíamos con nuestras labores bajo un sol abrasador.









Nos acostumbramos a escenas como ésta, en que una parcelilla flanqueada por barcas de pescadores a medio hacer, casas de madera y troncos a modo de asiento, se convertía en toda una cancha de primer nivel, a orillas del Mar Visayas.



Y nosotros a lo nuestro.


Haciendo pulseras para todos.


¡Enseñándoles a volar!



Alguna noche continuamos con los 'deberes' de manualidades pendientes.



Y, a falta de encontrar en Concepción una red para su amada canasta, les tejimos una, para evitar que, al menos cuando encestaban, tuvieran que ir corriendo hasta el mar para recoger la pelota.


Para las cosas relacionadas con su querido baloncesto (como cuando trajimos la pelota nueva), nos aparecían atentos espectadores.



Más imágenes de la isla.









Uno de los primeros días, con toda nuestra buena intención, compramos material escolar para un regimiento, ya que nos habían comentado que eran habituales las carencias en ese aspecto, pero nadie nos había dicho que UNICEF se nos había adelantado (como ya comentamos en nuestra visita al colegio), por lo que decidimos darle un carácter más festivo y organizar una rifa. Pese a que la podíamos haber hecho mucho más emocionante (Olga, estás nominada jajaja), los chavales se lo pasaron bien mientras duró el sorteo.



Momento que aprovechamos para secuestrar a los 'currines' y darles un merecido descanso.






Esta fue la foto final de 'fiesta'. Muy simbólica, ya que era nuestra última tarde en la isla.


'Tita Ana' y 'Tita Olga' se dedicaron a jugar como unas crías,  mientras 'Tito Joche' y 'Tito Viti' observábamos desde la barrera.





Con unos cánticos, flauta, palmas y la guitarra de Olguita, se nos fue haciendo de noche.







Entonces y, con ganas de que aquello no terminara así, se sacaron una hoguera de la chistera y nos deleitaron con saltos sobre ella y unos preciosos fuegos artificiales manuales, que nos dejaron un tanto alucinados.





Y llegó el día de decir adiós.


Tras un desayuno que no queríamos que terminara,


dimos una vuelta de despedidas y sentimientos complicados...










Y abandonamos, con lágrimas por fuera y sonrisas por dentro, este pedacito de mundo que nos había robado parte de nuestra patata.






Nos despedimos con unos abrazotes gordos, en la 'estación' de autobuses de Concepción, de nuestro compa José Manuel, que se quedaba una temporada más por allí, continuando con el proyecto. E hicimos millas...

Nuestro próximo destino poco tenía que ver con esto.

Seguiremos informando.

★★★ BESINES & BESICOS ★★★


NB: Esta es una evolución del Chiringo, desde que marchamos de allí, hasta este 17 de septiembre:







Por fin se instaló el techo que recogerá el agua de lluvia en depósitos. 

Primer uso de El Chiringo para un reparto de arroz de una donación. 








¡¡YA NO QUEDA NADA!!


2 comentarios:

  1. Que grandes!!! Una cosa, el amiguete valenciano es Nani Montoro por casualidad?

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  2. ¡Ostras Alvarín, que se nos pasó contestarte! jajaja... En efecto, era Nani, que yo conocía de VLC y Anita de Pamplona. No fue tanta casualidad como parece... :P,

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