miércoles, 29 de enero de 2014

Welcome to paradise: Byron Bay!

¡¡Por fin en Australia!!

Tuvimos una entrada en el país muchísimo más placentera de lo pensado.
Cuando llegamos al mostrador del aeropuerto de Dubái para facturar nuestras mochilas, nos atendió un chico joven muy simpático. Le entregamos nuestros pasaportes y nos preguntó '¿A qué destino viajáis?'. Nosotros, todo orgullosos, le contestamos 'Brisbane'.

Nos vaciló con que tenía una promoción para los que viajábamos allí: Teníamos que adivinar de qué país procedía (él) y la capital de dicho país y nos premiaría... ¡¡¡con unos billetes en Business Class!!! Nos dio la siguiente pista: 'en una parte de mi país hablamos ruso pero no somos rusos'. Gracias a la amplia cultura geográfica de mi chico, inmediatamente contestamos:
- ¡Ucrania!
Y él, alucinando, nos preguntó por la capital. Jamás olvidaré la capital de Ucrania: ¡Kiev!

¡¡Nos volvimos locos!! Empezamos a dar saltos de alegría delante del mostrador y, más contentos que chupilla, nos fuimos directos a viajar en Business Class de Emirates, en el avión de pasajeros más grande del mundo: un Airbus 380. ¡Toma ya! Tendríais que habernos visto cuando subimos a la segunda planta del avión.

Nos recibieron, nada más entrar, con una copita de Möet&Chandon y un neceser de Bulgari (lleno de colonia, pasta de dientes, cepillo, cremas...) a cada uno. Podíamos elegir entre varios platos del menú, beber todo el Möet&Chandon y vinos australianos que quisiéramos (doy fe de ello), los asientos se convertían en cama... Vaya, un mundo paralelo. Fue, sin duda, el mejor vuelo de nuestra vida y eso que fueron 15 horas, pero se nos pasaron volando (nunca mejor dicho).




Una vez aterrizados en Brisbane y habiendo cambiado zapatillas por chanclas, cogimos un autobús directo a Byron Bay.


Cuando llegamos, llovía, pero no nos importó lo más mínimo. Fuimos al hostal a dejar las mochilas y así dar nuestro primer paseo por Byron. Nos enamoró desde el primer momento. Es un pequeño pueblo de casas bajas con jardín (sin vallar), con interminables playas, animada vida nocturna, ambiente despreocupado, música en vivo por la calle, muchísima gente joven y guapa, muy guapa, surfers por toooodas partes, se respira ambiente hippie a cada paso que das... El sitio perfecto para estar un tiempo, ¡¡vaya!! Una pena que esté tan lejos.





Nuestra primera parada en Byron Bay ha sido de 5 días y hemos tenido tiempo para hacer muchas cosas, como por ejemplo:

- Visitar el punto más oriental de Australia.


- Conocer el famoso faro y pasear por un sendero, el cual, además de premiarnos con unas vistas espectaculares de la costa, nos guió hasta la playa de Wategos, perfecta para surfers. ¡¡Aquí volveremos con la tabla bajo el brazo!!






- Comprobar que nuestro hostal (Arts Factory Lodge) es el sitio más alternativo y "byroniano" del lugar. Nuestra colorida habitación tenía una cama, una mesa, dos sillas y una nevera. Más que suficiente para sobrevivir.






- Poder disfrutar de vehículo propio (una furgo en este caso), que se ha convertido en nuestro hogar desde el segundo día en Australia, gracias a nuestra gran amiga Elena (loquita para los amigos. ¡¡Millones de gracias flower, te debemos una!! :)




- Conocer a Raquel, una catalana la mar de maja, amiga de Elena, y que se ha convertido en la mejor compañera y guía que se puede tener.





- Tener la potra de celebrar el Australia Day nada más llegar.




- ¡Descubrir que tu compi de vida rapa el pelo like a professional hairdresser!




- Tener el placer de cruzarte en el camino con gente como Linda. Una chica italiana majísima que ha vivido 7 meses en furgoneta, y sabe lo que se agradece una ducha caliente, poder poner una lavadora y electricidad para cargar móviles, tableta, cámaras... Solidaridad 100%. ¡Siempre te estaremos agradecidísimos!

- Encontrar (¡gracias Raquel!) al mejor mecánico pirata del lugar. Un tío de lo más legal (aunque suene contradictorio) con el que podrías estar hablando horas y horas.



- Descubrir que aquí no existe el reaggeton. "Sólo" tocan música en directo en los bares. Nos han conquistado.



- Poder desayunar cualquier mañana con unas vistas dignas del mejor reportaje de la revista Traveler.





¡¡Y por último!!

- Desilusionarte al comprobar que las ranas no se convierten en príncipe con un beso...



Es broooooma, yo ya tengo a mi sapito favorito, ¡¡y bien guapo!! ;)


Y felices como perdices... ¡¡Nos vamos pa'l sur!!


★★ Besicos y amor desde la distancia ★★

martes, 21 de enero de 2014

Dubái: en 40 años, de cero a cien

Tras la paliza de Abu Dhabi y viendo que se nos estaba haciendo tarde, una vez llegados a nuestro hotel en Dubái decidimos dejar la siesta a un lado para seguir aprovechando la tarde y conocer algo de esta loca ciudad de rascacielos levantada sobre desierto.


Para aprovechar el viaje de devolución del coche, habíamos seleccionado que fuera en la oficina que Europcar tiene en un hotel que nos habían recomendado visitar: el Jumeirah Beach. Preguntamos y subimos hasta la azotea, donde encontramos LA TERRAZA. En realidad subíamos con la única intención de asomarnos y marchar, pero su terraza con vistas a "Dubái la nuit" y al Hotel Burj Al Arab, nos atrapó en forma de cervezas y picoteo molón (¡¡las camareras no paraban de darnos frutos secos, patatuelas y aceitunas una y otra vez!!). Así que, de esa manera terminamos nuestra primera jornada en tierras emiratíes.






A la mañana siguiente y tras haber hecho una considerable cura de sueño de 12h, nos dirigimos a la estación de metro más próxima a nuestro hotel, para vivir ese 'divisionismo' existente. Están los vagones normales (donde entra todo el mundo, incluidas bastantes mujeres), los vagones exclusivos para mujeres y niños y los vagones Clase Oro (cuyos billetes cuestan el doble y tienen asientos más cómodos y de cuero, pero vaya, tampoco ningún lujo).






Desde la parada de metro donde bajamos, pillamos un taxi (aquí es casi imposible moverse sin taxi, ya que muchas avenidas son autopistas de hasta siete carriles, pero por suerte son económicos, fiables y cómodos) en dirección a la playa pública que hay justo al lado de hotel de la noche anterior, para poder contemplar el Burj Al Arab de día y hacer unas fotos.


De ahí y, haciendo parada previa en un ultramarinos para pillar unas manzanas, agua y algo de picar, nos dirigimos a pie hasta el Souk Madinat Jumeirah. Una zona que pudimos catalogar de Port Aventura en cuanto a construcción de tipo cartón-piedra, con laguito en medio y tal, pero que nos sorprendió por el zoco tan chulo que alberga.



Una vez paseado el 'parque temático', nos tocaban visitas de rigor a los malditos mayores reclamos de la ciudad. ¡¡Los centros comerciales!! Parece de locos pero así es y teníamos que verlo.

Cogimos un taxi hasta el Mall of the Emirates para poder visitar las instalaciones de Ski Dubai. Algo alucinante, aunque razonando un poco, casi es más ilógico el Xanadú de Madrid, con pistas de esquí reales a menos de una hora, que una pista de esquí artificial en una región que nunca ve la nieve. De cualquier manera, cuenta con bares de après-ski, con hotel alpino y todo lo imaginable.




Tras ver aquello, nos dirigimos a la zona del Burj Khalifa (el edificio más alto del mundo) para encontrarnos con Rocío (Roci o Rociíto para los que quieran ser sus enemigos) en un bar muy chulo del Dubái Mall (el centro comercial más grande del mundo). Como podéis observar, tienen el síndrome valenciano de 'vamos a hacer lo que sea, pero el más grande de Europa', pero éstos a nivel mundial y con dinero a espuertas.

Tomamos unas cerves en el Karma Café, vimos los espectáculos de las fuentes que se encuentran enmedio de toda aquella zona (las más grandes del mundo bla bla bla...) y cenamos en un libanés, por recomendación y propuesta de Rocío y como representación de la comida árabe.

Hasta las cejas nos pusimos de cenar. Luego, paseo obligatorio por el centro comercial (alucinante y agobiantemente grande) con paradas donde los emiratíes se sientan a lucirse, con curiosidades como que algunas 'golfas emiratíes' (ironía) se descubren la cabeza a partir de media tarde para lucirse, una pista gigante de hielo, un acuario, una cascada de agua, tiendas, más tiendas, tiendas por doquier y pasillos repletos de stands y cafeterías. Algo para ver una vez en la vida y a otra cosa, mariposa.










NOTAS INTERMEDIAS:

- Hemos alucinado con la cantidad de trabajadores que ves por todas partes. Construyen, limpian, arreglan... Llama radicalmente la atención. Puede haber cuatro personas limpiando un mismo lugar a la vez. La parte triste del asunto es que la mayoría son inmigrantes venidos del sur de Asia, que en condiciones económicas deplorables, cobrando cuatro perras y viviendo en ghettos que les prepara el propio gobierno, estan levantándoles el país.

- A diferencia de muchos países de cultura musulmana donde las mujeres se cubren por auténtica imposición dictatorial, en EAU lo tienen como un atractivo propio y se gastan verdaderas fortunas en los tejidos que lucen. Es más fácil sentirlo así cuando también ellos sólo enseñan la cara.

- Las mujeres emiratíes no se cubren el rostro. Las que se pueden apreciar en sus calles son todas venidas de países vecinos, como Arabia Saudita, donde es común.

- En EAU se ve a mujeres conduciendo, algunas fumando, descubiertas, maquilladísimas y de otras tantas maneras que no imaginarías al pensar en un país árabe.


Volviendo a lo que estabamos, a la mañana siguiente, nos acercamos a las instalaciones de SkyDiveDubai, la empresa de salto en paracaídas, famosa donde las haya, que nos sorprendió muy gratamente, aunque nos dejó con la miel(da) en los labios por no poder probar.


Luego y tras visitar la zona de la Marina, cogimos un taxi hasta el final de la Palmera Jumeirah, donde se encuentra el hotel Atlantis, un hotel muy muy caro y hortera como el que más. La Palmera Jumeirah es la primera de las tres palmeras artificiales que tienen en mente construir en Dubái, ganándole terreno al mar, aunque tras la crisis ecónomico-inmobiliaria que tuvo hace poco el Emirato de Dubái, parece estar todo algo en el aire.



Volvimos desde el extremo de la Palmera Jumeirah (la Palmeirah según Ana) usando un chulo monorraíl, que nos demostró lo a medio a hacer que están algunas cosas en la ciudad, ya que terminó su recorrido en la parada de un edificio sin comunicación con metro, ni taxis, ni aceras para caminar. Haciendo malabares y acompañados de otros 'atrapados' turistas, caminamos pisando jardín tras jardín, hasta que alcanzamos una zona por la que pasaban taxis. Paramos uno y nos pusimos en marcha hacia la Burj Khalifa, donde teníamos compradas las entradas para subir en el turno de las 16.30 e íbamos con el tiempo justo.

La visita a la torre nos dejó a medias. Las vistas son impresionantes, pero que sólo te suban hasta poco más de la mitad de los 828 metros que tiene, nos pareció un poco engañabobos.



Satisfechos y empachados de ver tanto derroche, nos cruzamos la ciudad en taxi, hasta la norteña parte vieja de Deira. Aquello era otra cosa. Salvando el Zoco del Oro, que también atrae a bastantes turistas y donde no paran de ofrecerte falsificaciones de todo tipo, nos sorprendió vernos paseando por el Zoco Antiguo y callejeando por las calles donde los emiratíes de verdad, los que no llevan coches de lujo ni se pasean fardando como nuevos ricos, hacen su vida normal, sus negocios normales, sus compras normales, con el estilo árabe que les caracteriza. Eso sí que es auténtico.





Cogimos una abra (barca tradicional dubaití) para cruzar el Dubai Creek, el canal que separa Deira del barrio de nuestro hotel en Bur Dubai, rodeado de lugareños y pagando un mísero dirham (0,20 €). Una genial experiencia.


Anduvimos un rato por el paseo del canal y pusimos rumbo al hotel. Una vez 'en casa', aprovechamos la piscina de la azotea dándonos un baño que nos supo a gloria, una duchita caliente, compra de cenita improvisada en el súper 'del barrio' y a dormir.


¡Australia nos espera!